¿NOS DUCHAMOS DEMASIADO?

Si te digo despreocupadamente que me ducho una vez por semana, seguramente pensarás que tengo un problema de higiene y mantendrás las distancias. Por el contrario, si confieso que me ducho tres veces al día, es probable que te preocupes por mi salud mental y el estado de mi piel. ¿Con qué frecuencia debemos ducharnos, cuándo y cómo?

Para empezar, los habitantes del planeta no mantienen su higiene personal de la misma forma. En todo el mundo, la gente prefiere ducharse a bañarse, aunque hay países como Reino Unido en el que un 32% de sus habitantes optan por lo segundo. Los brasileños se duchan una media de 14 veces por semana, frente a una media de seis en China y Reino Unido y de cinco veces por semana en Japón. En España, India, México y Estados Unidos la gente tiende a la norma de ducharse a diario y bañarse con mucha menos frecuencia, según datos de Euromonitor. Las encuestas nunca pueden ser exactas, ya que no existe una frecuencia ideal establecida para ducharse y lo que la gente declara varía en función de las preferencias personales, la cultura y el clima.

De hecho, un reciente tuit que se ha hecho viral mostraba los resultados de una encuesta sobre las duchas en Europa revelando que, mientras que el 95% de los italianos se ducha a diario, esto solo se cumple en el 75% de los españoles. Esto indica que, en general, la ducha diaria no es una costumbre tan extendida como parece.

La higiene es un concepto moderno que ha salvado muchas vidas y es el motivo, junto con la depuración de las aguas, de que en los países avanzados no tengamos epidemias de cólera, que en España eran comunes hasta hace apenas un siglo. Sin embargo, esto no quiere decir que en el pasado no hubiera higiene personal. Hay estudios que indican que en la Edad Media la gente se bañaba mucho más de lo que se piensa. 

Aunque tener un baño privado era el privilegio de los muy ricos, en el siglo XIII se podían encontrar más de 32 baños públicos en París, e incluso en ciudades más pequeñas como Southwark (Inglaterra) en la misma era había 18 baños públicos calientes, a menudo conectados con las panaderías locales, que aprovechaban el calor de los hornos para calentar el agua.

Hubo que esperar hasta principios del siglo XX, cuando también empieza a desarrollarse la publicidad, para que la higiene personal se convirtiera en un asunto comercial. Hasta el siglo XIX, el único 'jabón' que se conocía era la barra de jabón con la que se lavaba la ropa y, ocasionalmente, usaban las personas. Pero el jabón de tocador es mucho más moderno, y aún más la distinción entre champú, gel de baño, jabón de manos y otros tantos productos actuales que, en el fondo, siguen siendo jabón.

Según Katherine Ashenburg, autora del libro The Dirt on Clean (algo así como "la historia sucia de la limpieza"), hubo un gran esfuerzo publicitario durante décadas para "convencer a los estadounidenses de que tenían mal aliento y sus axilas apestaban". Los publicistas no inventaron la noción de limpieza de la nada, sino que aprovecharon hábilmente las ansiedades provocadas por los cambios sociales de principios del siglo XX. La gente que emigraba desde el campo para trabajar en las fábricas estaba en estrecho contacto con desconocidos y el miedo a las enfermedades persistía. 

Además de propulsar la industria del jabón hasta el monstruo actual de casi 40.000 millones de tamaño de mercado en todo el mundo, la campaña de publicidad del jabón cambió la forma en la que los humanos percibimos nuestro olor y las bacterias. El problema es que necesitamos a las bacterias de nuestra piel.

La piel es el mayor órgano del cuerpo y pesa entre seis y nueve kilos, el 15% del peso total del cuerpo. Sirve de escudo protector contra el calor, la luz, las lesiones y las infecciones. Como aprendimos en el colegio, la piel está formada principalmente por dos capas. Por debajo, la dermis es una capa viva hecha de fibras de colágeno elásticas, capilares y terminaciones nerviosas. 

La capa externa, llamada epidermis, que es la que vemos y tocamos, está formada por queratinocitos, células que producen queratina y que se están renovando constantemente. Las células van migrando hacia la capa más exterior, donde se endurecen, se aplastan, mueren y terminan cayéndose (y formando entre el 20 y el 50% del polvo doméstico). La capa externa de la piel se regenera cada 27 días, que es lo que tarda una célula nueva en migrar hasta el exterior y caerse, y este es un proceso que se da de forma natural. 

Además, toda nuestra piel, con la excepción de las palmas de las manos, plantas de los pies y partes de la cara, está cubierta de pelo. Junto a cada folículo hay una glándula que segrega sebo, una sustancia grasa que ayuda a mantener la piel impermeable y elástica y la protege de la radiación ultravioleta, las bacterias y hongos perjudiciales, la oxidación y el envejecimiento prematuro.

Por último, está el microbioma cutáneo, millones de bacterias, hongos y virus que viven en la piel. Igual que ocurre con la microbiota intestinal, estos microorganismos no son parásitos, sino simbiontes sin los cuales no podríamos vivir. El microbioma de la piel es un ejército que nos protege de las infecciones de bacterias, hongos y virus perjudiciales. Además, sirve para educar al sistema inmunitario y evitar que reaccione exageradamente (con alergias). La limpieza excesiva puede estar detrás de muchas enfermedades autoinmunes, según la hipótesis de la higiene.

Parece haber una obsesión con eliminar la piel muerta a toda costa, evitar que la piel tenga un aspecto grasiento y usar jabones bactericidas. Aquí es donde la ducha, y especialmente la ducha con jabón, actúa eliminando estas tres barreras de protección de nuestra piel. No parece tan buena idea hacerlo dos veces al día.

Según la doctora Mayte Truchuelo, dermatóloga del Grupo Pedro Jaén, la ducha diaria tiene su función: "Mantiene la piel limpia, elimina las células muertas y evita la acumulación de bacterias y agentes potencialmente nocivos para la salud". Esta limpieza es especialmente importante en las personas que tienen trabajos físicos o en verano, cuando estamos expuestos a cloro, arena, salitre y protectores solares.

Sin embargo, la doctora Truchuelo advierte también contra los excesos: "Si la ducha diaria se lleva a cabo de forma agresiva se corre el riesgo de dañar la barrera cutánea, el manto hidrolipídico que cubre nuestra piel para evitar la pérdida de agua transepidérmica y la entrada de agentes potencialmente dañinos para la salud. Las consecuencias más evidentes de esta higiene inadecuada fundamentalmente son sequedad, tirantez, picor y descamación".

Las agresiones más comunes son de dos tipos: mecánicas y químicas. La primera afectada es la capa de células muertas de la piel, que es imprescindible para mantenerla hidratada. Cada vez que exfoliamos la piel, sea frotando o usando algún ácido, como el ácido láctico o glicólico que tienen muchas lociones y geles, estamos eliminando por la fuerza esa capa superior y dejando a las células expuestas. Por eso parece que la piel está más "luminosa". Por desgracia, esto es solo una ilusión.

Al eliminar la capa de células muertas, la piel tiene que trabajar contrarreloj para regenerar la capa protectora. Cuando la exfoliación es constante, la piel no puede seguir el ritmo, la capa protectora de células muertas se hace más delgada y la barrera contra la deshidratación falla, con todos los síntomas que ello conlleva: sequedad, tirantez, aspereza, inflamación y posibilidad de infecciones. Entonces es cuando nos tenemos que poner una crema hidratante, otro cosmético que se añade a la lista, que no hidrata, sino que forma una capa grasa que evita una mayor deshidratación. Por este motivo los expertos recomiendan no exfoliarse más de dos o tres veces por semana, dependiendo del tipo de piel.

El jabón mata las bacterias perjudiciales, como la famosa Escherichia coli, pero también las beneficiosas, como el Bacillus subtilis o el Staphylococcus epidermidis, que puede proteger contra el cáncer de piel. En un estudio con jabones bactericidas se comprobó que podían alterar la composición de la microbiota a largo plazo. Algunos fabricantes de cosméticos ya se han dado cuenta y están empezando a vender tratamientos para la piel con probióticos, alimento para las bacterias.

La otra víctima del jabón es el sebo, los aceites naturales que protegen la piel. En algunos casos, debido a alteraciones hormonales, hay una producción excesiva de sebo. Aunque la gente que padece acné tiene una mayor secreción sebácea, se ha comprobado que el exceso de sebo no es la causa del acné. Los más recientes estudios han comprobado que el acné es una disfunción del la microbiota de la piel y que las bacterias de esta en realidad la protegen. 

La producción de sebo se puede regular con distintos tratamientos hormonales o tópicos, pero todo indica que si tienes la piel grasa, eliminar el sebo con cualquier jabón no es una buena idea, ya que puede hacer que aumente la producción de sebo. El jabón también cambia el pH de la piel, lo que a su vez afecta a la microbiota. Curiosamente, el jabón que tiene un pH más parecido al de la piel, según un estudio, es el de lavar los platos, y por tanto el más saludable para lavarse las manos.  

Eliminar la protección natural de la piel está teniendo consecuencias. Según la OMS, la prevalencia de psoriasis, acné y otras enfermedades de la piel se ha multiplicado en las últimas décadas. El doctor Robert Shmerling de Harvard sugiere que no existe una frecuencia ideal para ducharse, pero los expertos sugieren que ducharse varias veces a la semana es suficiente para la mayoría de las personas a no ser que hayan sudado o se hayan ensuciado, y que una ducha corta de tres o cuatro minutos centrada en las axilas y las ingles puede ser suficiente. 

Algunos autores, como el médico James Hamblin, tienen una solución más radical: dejar de ducharse, una decisión que tomó en 2016. Su libro 'Si nuestra piel hablara', editado por Grijalbo, da cuenta de su investigación y su experiencia. Según declara el doctor Hamblin en una entrevista con NPR, cuando la gente se entera de que no se ha duchado en años, sólo quieren saber si apesta. Entonces explica que sigue lavándose las manos con jabón con frecuencia, que de vez en cuando se moja el pelo, y que se lava con agua cada vez que está visiblemente sucio. Lo más importante es que no usa jabón y, no, no apesta. No es el único.

Cada vez más personas están tomando la decisión de ducharse menos y evitar el jabón, el champú y otros cosméticos. La mayoría de la gente no se lava el pelo en cada ducha. En Estados Unidos, por ejemplo, aunque hay cerca de siete duchas semanales, por término medio, sólo hay cuatro champús semanales. Parte de este movimiento se refiere únicamente al champú y se denomina No Poo (no champú), pero también se extiende al jabón y a la ducha diaria en otros casos. 

Estas son algunas de las indicaciones si se quiere abandonar la ducha diaria y el jabón:

Por cierto, el autor de este artículo abandonó el champú y el jabón de ducha hace diez años, practicando algunas de las estrategias mencionadas. Aún está esperando la primera queja por su olor corporal.

*Darío Pescador es editor y director de la revista Quo y autor del libro Tu mejor yo publicado por Oberon.

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